sábado, 12 de marzo de 2011

EL DOLOR DE LOS POBRES

EL DOLOR DE LOS POBRES
En Potrero no todo brilla como en los folletos turísticos. A seiscientos metros del autódromo una familia de pioneros continúa viviendo en el hacinamiento, el dolor físico y mental.



Lucero María Margarita, hija de Dominga Lucero, tiene 61 años y trabajó desde los ocho años caminando leguas y leguas.  “Tengo todos los males… solo me falta la verdura para el puchero… Tengo una hernia de disco, además, en el medio de la espalda, tres vértebras que no me funcionan como deberían funcionar y la cadera…  Ahora, el lunes, me están por operar de una y no sé cuándo me operarán la otra. Son dos operaciones y estoy muy nerviosa por eso. Van a colocarme unas prótesis y unas plaquetas… Anteriormente ya me habían diagnosticado un problema en una arteria del cerebro que no se puede operar porque es muy riesgoso… También me habían descubierto el Mal de Párkinson, un problema crónico de la Tiroides, la artrosis también crónica y la osteoporosis… ¡Todo! ¡Todo! Y yo dele tomar remedios y remedios… 

Yo trabajé en el Plan de Inclusión desde que empezó. Hacía tejidos y pintura en tela. Pero me dieron de baja cuando me salió la pensión graciable. Pero el coordinador volvió a darme de alta. Cobraba la mitad porque tenía la pensión, pero me dieron de baja nuevamente, acá me hicieron firmar la baja. Parece que alguien se quejó… Pero yo no me quedé con eso y fui a la Colonia con las fotocopias de los recibos e iniciaron un expediente. Pero no pasó nada. Yo creo que el expediente nunca llegó a ningún despacho. No sé para qué me hicieron ir tantas veces y sacar tantas fotocopias.

A mí siempre me han ayudado. Pero ahora, con tantos problemas, la pensión graciable de setecientos pesos que tengo no me alcanza. He tenido que pedir un préstamo y aún no me lo terminan de descontar. Solo cobro cuatrocientos… No me alcanza para pagar todos los medicamentos, aunque a algunos me los entrega la obra social. Pero a muchos estudios tengo que pagarlos en efectivo porque no reciben obras sociales. ¿Y qué voy a hacer? No puedo vivir de mi madre, ni de mi hermano.

Por otro lado, necesito construirme una pieza. Le he pedido al intendente que me ayude con los materiales. Dígame usted si en una pieza de techo de caña de tacuara podemos dormir las tres personas, yo, mi madre y mi hermano de 46 años. Imagínese lo que es en el verano. Y cuando llueve, también llueve adentro. Vivimos hacinados… no sé… me siento mal… lloro todo el tiempo… no aguanto… no aguanto más… ¡Todo me pasa! ¡Todo! –se tapa la cara con ambas manos, pero las lágrimas brotan igualmente entre sus dedos y llora amargamente- ¿Por qué? ¿Por qué? Solo Dios sabrá por qué me pasa todo esto… Nunca fui mala persona… Nunca estuve tan necesitada… nunca”  

Me despido por segunda vez de la familia Lucero, muy consternado y con la impotencia de ver llorar amargamente a una mujer robusta, de ojos gastados por el dolor, apoyada con sus dos manos en un bastón de madera. Que ahora sonríe al saludarme. ¡Ojalá esta charla llegue a quien deba llegar! Volveremos pronto a averiguar el resultado de sus operaciones y si en algo a cambiado la situación de hacinamiento en la que viven algunos de los pioneros de Potrero de los Funes.

Profesor Piguillem Daniel 

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